Cabalgar solo o hacer tu camino. Desde que tengo memoria, he sentido mi soledad como una destinación o, si se prefiere, un destino.

¿Cómo, a través de los meandros del futuro, terminé ejerciendo la profesión de coreógrafo? ¿Por qué luché tanto para inventar danzas? ¿Dónde he encontrado la fuerza para crearlas y luego el coraje para demostrarlas a los demás, a mi que toda exhibición repugna, a mi tan sarcástico y dubitativo ante la obscenidad mediática?

A veces me pregunto si no sería mejor pasar la página en silencio, dejando que el murmullo tenaz de mi vida se pierda en el alboroto general.
En lugar de mezclarme con el mundo, siempre he preferido verlo.

Sé cómo ser paciente.

La belleza de una mujer infunde como un té. Un movimiento de danza es el fruto del momento y de una larga paciencia.

Hay que esperar mucho tiempo antes de que un impulso puro emane de la complejidad del corazón.
Mis coreografías son niños vivos, que cambian y luego me dejan, desapareciendo con el tiempo y ninguna imagen puede realmente devolver la vitalidad.
Voy a tratar de decir lo que los originó.

Confío en que mis películas me lo enseñaran y se lo expliquen a aquellos que quieran verlas.

Mis seres queridos, mis amigos, los míos… Aquellos que, por una u otra razón, se sentirán, para esta pequeña posteridad que me imagino, en empatía con mi trabajo, mi manera de ver las cosas.
Quiero que mis imágenes sean tan simples y necesarias como un ala en medio de un vuelo de estorninos.
Mentiría enumerando una secuencia lógica de secuencias y sería muy aburrido.

Para que haya una palabra viva, hay que planificar mucho, organizar una visión precisa y… soltarse.

No hay nada peor que una mano de pajarillo organizando la tiranía de su jaula.

La sabia fabricación de una puerta abierta a lo desconocido, ese es mi plan.
Así que quiero hablar de lo que amo y me hace.

Esto dibujará en hueco, un retrato. El mío, es decir, el de cada hombre parado delante del mundo, observando como gira.
Era niño durante la guerra de Argelia. Un hombre corría, perseguido, a lo largo del pequeño barranco en la parte trasera de nuestra casa. No recuerdo la detonación, sino la elegancia con la que cayó lentamente en la pendiente pronunciada.

Un golpe de gracia.

Esta violencia, la encontraré más tarde, en el ring.

Traté de domesticar mi miedo y aprendí la energía, su origen, su control. Durante este largo aprendizaje, encontré, sorprendentemente, el sentimiento de la belleza, de la justa distribución de las fuerzas de la que nace, en el corazón de la violencia del enfrentamiento, una especie de armonía cósmica.

Nací en Argelia. Padre argelino, madre francesa. Un descuartizamiento.

He conservado esta extraña sensación de ser ajeno a todo, esta dificultad para pertenecer, este gusto por amar lo que es extraño, esta verdadera curiosidad por el otro y una gran facilidad para ir hacia él.

De lo que fue un drama, hice una fuerza.

La mayor parte de mi trabajo aborda la temática de la alteridad. Viajé muchísimo, recorrí casi todo el globo, trabajé con bailarines de orígenes muy diferentes.
Amo el ultramar. África, Asia, América. Hombres y mujeres, paisajes y ciudades, en otros lugares.

El movimiento del mundo.

Su naturaleza.

El alma de los caballos que desde hace muchos años forman parte de mi vida cotidiana y me enseñan en silencio, el tiempo y la vida insondables.

El desgaste de mi cuerpo que ha luchado durante mucho tiempo.

Las mujeres, su milagroso ensamblaje de fuerzas y de delicada inteligencia.

Los cuerpos que bailan.

Para decir cuáles son mis imágenes, me encuentro tan indefenso como cuando se trata de describir una coreografía futura. Es imposible. Es algo que está en mí y que, con una confianza inquebrantable, estoy seguro de poder extirpar y llevar al día.
Ella son un testimonio y dicen cual puede ser el origen del movimiento creativo que me anima.

Anhelo una forma verdadera y profunda, inspirada, habitada.
Deseo que parezca la impronta improbable, precisa y graciosa de los cascos de mi caballo en el polvo.

Estas huellas no significan nada, el viento las borra, pero, para quien sabe mirar, son un lenguaje, una escritura dejada en el camino, por un «cavalier seul».

                                 Heddy Maalem